Apuntes sobre socialismo

Dormir con el enemigo

por Miguel Espinaco

Ya pasé por el Estado, pasé por la ausencia de democracia y pasé por el mantenimiento de la explotación. En esta lenta travesía organizada para descubrir el socialismo por contraste, por oposición a lo que realmente pasó en los países que se dicen o se dijeron socialistas, falta hablar de internacionalismo.

Para repetir el mismo mecanismo usado en las entregas anteriores, habría que ver cómo funciona esto del internacionalismo en el mundo del capital y seguramente, lo primero que saltará a la mente del lector será este tema de la globalización tan charlado durante los noventa y un poco olvidado en lo que va de esta década.

La cosa es, como siempre, un poco más complicada. Al igual que el Estado capitalista parece de todos pero no lo es, parecido a la democracia capitalista en la que el demos no decide justo lo que le resultaría necesario decidir y similar a la explotación del hombre por el hombre que se disfraza de igualdad de oportunidades detrás de los pases mágicos del mercado que desigualan con eficiencia sin igual, el capitalismo parece internacionalista pero no lo es, o sea: es incapaz de construir un solo mundo en el que sus partes interactúen de algún modo más o menos razonable.

Es internacionalista sí, la voracidad del capital. La plata genera plata que debe invertirse en algún lado para seguir generando plata, o sea explotando trabajo ajeno, dado que la plata no es otra cosa que trabajo acumulado con forma de billete o de depósito bancario. Entonces, cuando se acaban los nichos de mercado dentro del país, hay que salir a buscar afuera, a invertir en el ancho mundo llenos de países paraísos con tanta área privatizable y tanto salario de republiqueta bananera.

Digámoslo de otra manera, entonces: el capital es internacionalista en el sentido de que su territorio de caza es internacional y de que su mecanismo eternamente expansivo no tiene motivos para respetar ninguna frontera. Tan es así, que ni siquiera alcanza con llamarlo planetario: en cuanto se pueda lo veremos haciendo negocios allende el espacio exterior.

Sin embargo, no es internacionalista en el sentido de que es incapaz de pensar un mundo. En realidad esto no es más que la extensión de su mecanismo contradictorio de construcción destrucción del que ya hablé en una de las primeras entregas: avance y retroceso, decía por allá por la revista 90, son el resultado simultáneo del mismo proceso, porque para avanzar, el capitalismo debe sembrar la semilla de la barbarie, la explotación y el sometimiento del hombre y la naturaleza a sus propias necesidades de reproducción.

De ese modo, de ese internacionalismo trucho del mundo del capital no resulta un mundo humano en el que todos nos hermanamos sino Hitler o Irak, o sea todo lo contrario, un mundo en el que resulta necesario liquidar al prójimo para sobrevivir. Al igual que en los escenarios nacionales, la lógica expansiva del capital que todo lo subsume, lejos de implicarla, se repele con cualquier idea de humanidad.

El internacionalismo es para el ideal socialista un plan antes defensivo que ofensivo. La idea de estructurar micromundos socialistas es inevitablemente previa a la de construir un mundo socialista, pero ocurre que el capitalismo está obligado por su propia lógica a deglutirse todo y entonces al final, se termina concluyendo que cualquier coexistencia pacífica resultará inevitablemente insostenible.

Supongamos que la primer idea socialista fuera la de la comunidad, un grupo de gente que se dispone a hacer su propio pequeño mundo en el que no habrá moneda ni explotación y reinará la solidaridad y entre todos decidirán qué producir y cómo. Seguramente, un proyecto así sería capaz de funcionar un tiempo, aunque sufriría cotidianamente embates de la economía exterior capitalista y de su mercado con el que tendría que realizar constantes intercambios en condiciones desiguales, ya que afuera se explota trabajo ajeno y adentro no.

Aunque pusiéramos a un lado esta competencia desleal quedaría todavía otro problema: si más gente tendiera a imitar el experimento comunitario que estamos suponiendo reduciendo más y más el territorio de explotación para el capital, el mundo de los negocios respondería por todos los medios a su alcance - económicos, ideológicos, militares, lo que sea - para defender su "derecho" a la expansión interminable. Así sucede de hecho hasta con los propios experimentos comunitarios que montó el capital en función de sus propias necesidades: la educación pública, por ejemplo, que ha sido progresivamente privatizada.

A partir de allí, el problema se reproduce a distintas escalas y con diferentes barnices ideológicos, ya sea que hablemos de inmensas cooperativas, de kibbutzs israelíes manejados con criterios comunitarios o de países enteros que se reivindican socialistas. Todos ellos sufren la agresión cotidiana vía intercambio con el mercado capitalista que opera en condiciones ventajosas, todos sufren la agresión expansiva del capital que tiende continuamente a subsumirlos o a aniquilarlos y todos se convierten entonces, en micromundos sitiados y en vías de ser recolonizados por el capital.

Esta visión del problema del internacionalismo como un tema defensivo, no debería ocultar que lógicamente cualquier trabajador de cualquier país, en cuanto humano, llamaría igualmente a los demás trabajadores del mundo a cambiar un mundo tan desastroso. Sin embargo, este punto de vista permite problematizar lo que ha sido el declive del internacionalismo en los países que se autodenominaron socialistas.

En los primeros momentos de la revolución rusa, la idea de internacionalismo no se reducía a un problema de solidaridad, era un problema de ubicación ante las luchas tal y como se daban y se resumía en que era más importante el avance de la revolución mundial como un todo, que la propia sobrevivencia de la revolución nacional en Rusia. Significaba que la patria era el socialismo mundial y que había que pensar la lucha en esa perspectiva general, porque habría socialismo mundial o no habría ningún socialismo.

A posteriori y a instancias de la dirección estalinista en la Unión Soviética, los nuevos vientos hablaron de "socialismo en un solo país" y de "coexistencia pacífica" y el internacionalismo terminó resultando en las palabras la mera solidaridad con los demás pueblos y en los hechos, la utilización de las luchas de la clase obrera mundial al servicio de las necesidades de las burocracias soviéticas, vía la utilización de los partidos comunistas, sucursales extendidas por todo el planeta.

El cuentito contaba que la planificación socialista iba a superar al capitalismo y entonces todos se iban a hacer socialistas por contagio, pero no fue así. Como a la gente de nuestro ejemplo de la comunidad, el intercambio con el mercado capitalista - que se expresa entre otras cosas en la aparición de una burocracia que realiza ese intercambio y saca tajada - y la agresión expansiva del capital que tiende continuamente a subsumir o a aniquilar, los llamados países socialistas que no lo fueron, se convirtieron en micromundos sitiados que probaron una vez más que no es ningún negocio dormir con el enemigo.

Con esto, se nos terminaron los cuatro aspectos de los socialismos llamados reales que íbamos a contraponer para descubrir qué no debe ser el socialismo para serlo realmente. Habrá que explorar en los próximos números, algunas formulaciones positivas.

Próxima entrega: Un mundo sin dinero


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