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Esperar a que baje la marea

Por Daniela Pierotti

     Guadalupe, un barrio al norte de la ciudad, abrió todas sus puertas a quienes se les cerraron de un sopapo, dirigido no desde un río que creció vertiginosamente, no desde la mano de la sabia naturaleza, sino desde la de otra naturaleza, la de la clase política responsable. Guadalupe, decía, donde hoy siguen funcionando unos 10 centros de evacuados entre vecinales, escuelas y clubes, más uno de autoevacuados, o "evacuados ambulantes" como le gusta decir al gobierno (para que no se note que los dejó más solos que al resto), resonó en los otros barrios que contuvieron a más gente, como un ejemplo de organización en esta situación, en el sentido de organización inmediata.
El barrio tiene una larga historia de trabajo social y de ejercicio de participación ciudadana, sostenido por diferentes instituciones barriales no gubernamentales y de su asamblea barrial, una de las pocas que perdura en Santa Fe. Será por eso, que resultó fácil juntar a los vecinos, distribuirse por centro, abrir sus puertas y empezar el trabajo más duro: el del principio, el de la urgencia y emergencia de los primeros días, mientras la municipalidad se desentendía, el gobernador se agarraba la cabeza y como a los tres días se ponía a hacer una lista de evacuados con puño y letra propios (incapacitado para o incapaz de dar directivas de acción), la iglesia dudaba en abrir o no el edificio del Seminario para instalar un hospital de emergencia, en fin... mientras las únicas reacciones instantáneas eran la de la Cruz Roja y la de familiares, amigos y desconocidos, rescatando a personas de los barrios tapados por el agua.

     Es decir, el barrio se armó enseguida y los vecinos se encargaron de abastecer a los centros, de proporcionar alimentos, ropa, medicamentos, ayuda urgente, imperiosamente necesaria, y se cubrieron todas esas primarias necesidades en pocas horas. El mismo esquema solidario, con características particulares, se manifestó en los otros barrios a los que tampoco se llevó el río.

     Entre los voluntarios, durante las primeras horas, se hicieron presentes médicos y otros profesionales de la salud, bioquímicos, enfermeros, que junto a jóvenes dispuestos a colaborar, algunos de ellos estudiantes de medicina, aunque no la mayoría, se hicieron cargo, y ésa es la expresión adecuada, de esa área. La responsabilidad que recayó sobre sus hombros fue muy grande, pero tuvieron que asumirla con coraje porque la asistencia en salud implementada desde el ministerio lisa y llanamente hasta ese momento fue nula.

     Los muchachos se dividieron en grupos por centro, levantaron dispensarios, no tan precarios como se puede llegar a creer, ya que los vecinos donaron medicamentos y equipamiento suficiente como para tener bajo control la salud de niños, adultos y ancianos. La organización de las guardias permanentes por turno y la capacitación de los que más sabían al resto de los voluntarios demostró el grado de compromiso por y para la gente. La coordinación entre centros, intercambiando y entregando lo que faltaba en uno hacia otro y así, hizo que en ningún momento existiera la falta de recursos en los casos de urgencia. Con las dificultades que conlleva la cantidad de personas a las que hubo que asistir, sumado al riesgo de contagios de enfermedades infecciosas y al estado de shock de los evacuados, la cosa funcionó y más que bien. La predisposición desde los hospitales para recibir personas con complicaciones o con enfermedades sumamente contagiosas se complementó con la de los voluntarios que se ofrecían para trasladarlas, cuando las ambulancias no alcanzaban.

     Al segundo día de evacuación, cada centro ya había confeccionado un listado con los medicamentos que se requerían por persona y se había hecho un pedido de medicamentos básicos provisorios que fueron proporcionados en su mayoría por los vecinos y en segundo lugar por la Federación Universitaria del Litoral, que contando con los recursos económicos decidió tomar la posta en la compra de medicamentos.

     Después vino la centralización, y con ella, la acumulación, clasificación y distribución de medicamentos en uno o dos lugares hacia uno o dos lugares, como serían los hospitales de la ciudad. Es decir, la realidad en los centros en cuanto a provisión de medicamentos no mejoró ni se modificó. Sí se aseguraron la llegada de vacunas para evacuados y voluntarios, que en definitiva resultó insuficiente. Los centros siguieron autogestionándose, con la tranquilidad que da la organización, con historias clínicas detalladas, con seguimiento de cada persona en cuanto a tratamientos y control del estado de salud integral.

     Hasta que, una vez que la marea comenzó a bajar, que pasó la semana más trágica, que literalmente el agua comenzó a bajar, los profesionales que le habían estado poniendo el cuerpo a la cuestión recibieron la orden del ministerio de retirarse. Comenzaban las famosas "rondas médicas". Como ejemplo de funcionamiento bastan o mejor dicho sobran dos ejemplos: pasa el médico matutino, prescribe un medicamento para la presión a una señora, deja indicaciones de "controlar a la paciente", y luego de cinco minutos abandona el lugar y se dirige a otro. ¿Quién controlará a la paciente? Por la tarde lo sabremos, será algún otro médico, que desconoce a la paciente y su historia, que pasará otros cinco minutos, y que seguirá la ronda. Pero no, la paciente que demasiado paciente es, a las 22 pm, pide ver a SU doctor, el que venía tratándola desde el primer momento porque "el médico me dijo que me iban a controlar hoy de nuevo la presión, pero no vino nadie". Otro caso: pasa otro médico, revisa a una señora que se cayó y se fracturó una pierna. Le enyesa la pierna y deja en papel orden de que la vea un traumatólogo... ¿del hospital? ¿quién la traslada? ¿o quién tiene que venir a buscarla? ¿a quién dejó la nota? Pasaron otros 5 minutos, el médico no vino más: NUNCA MÁS. ¿y qué pasó con la paciente? Consecuencia: el doctor que estuvo desde el principio, sabe su nombre, conversó mucho con ella y se hace cargo de la situación.

     En el caso de Guadalupe, los voluntarios se reunieron ante esta orden dada por el ministerio, que no solucionó nada, sino que complicó todo, y decidieron seguir en los lugares trabajando como el primer día. Quizá los médicos designados por el ministerio siguieron cobrando por mal ejercer sus funciones, o por no ejercerlas. La suerte fue, que después de varios testimonios por escrito, que se pueden enmarcar en lo que es el "abandono de personas", algo cotidiano y masivo en esta catástrofe, y de varias quejas registradas hacia el 107 Emergencias, que hizo lo que pudo y vaya que no fue mucho, se pusieron un poco en órbita y ahora responden enseguida y siguen mejorando, me refiero al 107.

     En definitiva, esto no significa que los voluntarios pretendieron que los designados por el ministerio se desentiendan, no significa desligar al ministerio de su responsabilidad. Sino, ya que más vale tarde que nunca, hubiera sido de sabios, ponerse a disposición de los que venían haciendo las cosas bien, y aportar y sumar. Pero las aves de paso o los paracaidistas, en este contexto y siempre, restan. Ahora bien, se cubren advirtiendo a los que siempre estuvieron que frente a una epidemia si no se cumplieron tales normas de seguridad e higiene, serían responsables y vendría la sanción. Yo me pregunto quiénes habrán estado dando las charlas de higiene y trabajando a la par de la gente en la limpieza de baños, ropa, comida y comedores, cuando todo era un verdadero caos y había que tener la mente clara, sea como sea, para tener en cuenta todos esos "detalles" que diez días después vienen a enviar por escrito.

     Yo, y con esto me quedo pegada a lo que escribo, será que soy bioquímica, y ahí estuve y estoy, aplaudo al médico y a los muchachos que no se retiraron, sobre ellos no pesa NINGUNA muerte.

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