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Irak sin estruendos

Por Daniela Pierotti

     "Pensá que esto es como Irak, estamos como en Bagdad, pero sin estruendos", me comenta Estela, una vecina voluntaria.
Somos todos voluntarios, los que vamos de un centro de evacuados a otro, los que nos quedamos en uno, los que nos ocupamos de limpiar las listas de personas, de buscar personas, de reunirlas, de asistirlas.

     "Doctor yo soy diabética, no tengo más medicación", "Mi bebé tiene nueve días, yo tenía que controlarme el azúcar de nuevo doctora", "No tenemos colchones", "No tenemos zapatos", "Usted podría traer pañales para los bebés?". "Mi nena es celíaca", "No me pude hacer la curación y tengo el pie con pus y ahora está hinchado", "Faltan toallas y jabones, y nos tenemos que bañar y los tenemos que bañar a los chicos", "En la pieza hay una chica con tuberculosis y yo tengo mi chiquito que es desnutrido, qué tengo que hacer doctora?"...

     Quiero escribir sobre el tema, y en el intento no puedo más que abrir y cerrar comillas y registrar las voces que tengo pegadas en mi cabeza, adelante, en la frente, latiendo, repiqueteando, fuerte. Ojalá pudiera describir las caras, las expresiones, lo que no se puede más que pensar sin palabras.

     Mi primera noche en la escuela consistió en abrir bolsas y bolsas de ropa que acercaban los vecinos del barrio. Vestir con ropa seca, elegir zapatos que no sean tan chicos, que más vale que queden grandes y probar medias y de a pares dispares abrigar los pies fríos, húmedos, lastimados. Hacer mil veces el reclamo, para registrar la lista en grupo: faltan pantalones, faltan medias, no hay zapatos para chicos, pañales, ropa de bebé... Y seguir vistiendo, adivinando los talles y saliendo a repartir ropa abrigada a los chicos que prefieren corretear semidesnudos y mojados, en el patio, a hacer la cola y esperar. Eso fue el martes, esa noche de perros, la primera de lo que se vino, de la tragedia que creció igual de rápido que el agua.

     El miércoles, creo que desde la madrugada, estaba en marcha el armado de listas de evacuados, los primeros nombres, más de cien en este lugar nomás y se seguían sumando. Con las listas empezaron a aparecer los "casos": los chicos con complicaciones respiratorias, las mujeres con embarazo a término, los recién nacidos, los abuelos casi congelados, los jefes de hogar resistiendo la depresión profunda y quebrándose, y los niños que no sabían adónde estaba su mamá, y las madres con los hijos en alguna parte, y todo el mundo con lo puesto, sin nada, habiendo perdido todo, años de esfuerzo y de poner el lomo, siendo poco o mucho, pero todo, todo perdido. Cómo contener la tristeza, cómo iluminar un poco las miradas pesadas, cansadas, lejanas, las enojadísimas reacciones, cómo hacer que no les duela tanto, cómo no sentir la misma angustia en cada débil comentario de aliento.

     Uno se entera, en este largo momento, por las llamadas desde otras provincias, desde otros lugares, que el país y otros países están al tanto, están pendientes, están haciendo, mandando ayuda, mucha. Sin embargo esto parece la más solitaria de las islas, donde los atrapados hacen lo imposible por resistir, por subsistir. Se necesita una mirada panorámica para creer que no estamos solos en esto. Desde acá, desde cada adentro, el trabajo es tanto, la división de tareas es tan importante, cada función y cada nueva función que surge con cada nueva necesidad es tanta, que pareciera que estamos solos, que en el momento en que nos detengamos habremos caído en el mayor de los abismos. Por eso nadie se retira de sus puestos, de las responsabilidades que asumió por otros, para que no se corte la red. Y si descansamos son apenas unas horas y sólo porque es cierto que esto va para largo y tenemos que recuperar energías, y porque sobran manos, manos solidarias que nos relevan porque "mañana tenés que estar entera".

     Una vez que es jueves, me pregunto qué pasa que tanta ayuda externa no llega, que los centros de evacuados crecen y crece también el número de autoevacuados, y crece también la "falta de". Pero los camiones salieron y los helicópteros y todo rumbo a esta ciudad submarina, pero a la gente no llega, o llega menos, o a destiempo, y ya van tres días en el suelo o sobre cartones y si acá logramos autoabastecernos más allá no tienen nada. Y porqué si basta con abrir una puerta y descargar las cosas, si basta la orden de distribución, y si estamos en estado de emergencia, oficialmente declarado "CATÁSTROFE", porqué oficialmente también no se organiza la cosa, no se logra el destino, sino que se desvía a manos inadecuadas, mezquinas, se burocratiza lo que no puede esperar, se juega con que cada vida humana dependa de la voz de autorización de un corrupto puntero de un partido conocido por viejo y podrido. Un puntero aferrado al ballotage y que se cree que se suma un voto demorando la entrega de colchones, que debe hacer sólo él. Y un sistema gubernamental que primero niega la responsabilidad y que segundo, es inepto para abordar un plan de rescate y emergencia, y en consecuencia, no tiene nombre en esta situación. Y los templos, que recién ahora empiezan a correr los bancos y a abrir sus puertas. Algunos templos y recién ahora, y no más de cincuenta cada uno, y apenas.

     Es tarde, y es viernes. La ciudad que sobrevive sobre dos o tres barrios, que están secos, se cubre de rareza. Por un lado, estamos los diferentes grupos de trabajo todos unidos en la causa y todos más organizados. Por otro, con la mente más clara, a la vez que se acaba lo de dos días atrás, que se agotan las reservas, empiezan a movilizarse otras fuerzas, a centralizarse y descentralizarse cuestiones, a repartir mejor, a llevar más allá, empiezan a aparecer dificultades que no se habían tenido en cuenta, nuevas ocurrencias, los juegos para chicos, las charlas, los vínculos.

     Ya no es más la Santa Fe que se venía salvando de los golpes bajos, como opinaba el resto del país, la de las cuentas que cierran. Ahora nos conocemos más todos, estamos más cerca todos de todos, más lejos de los que nos dejan solos, y estamos inmersos en la misma batalla solidaria.

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