Ir a la portada

La máquina de engañar

Por Miguel Espinaco

     A veces uno no sabe si cansarse de putearlos o si sacarse el sombrero ante tamaña habilidad,
porque verdaderamente no es poca cosa montar una farsa del tamaño de estas elecciones y convencer a millones de que entren sin chistar en un juego en el que nunca se gana.

     Después uno recapacita y tiene que reconocer que no debe ser tan dificil cuando se manejan los millones de dólares del estado, de los bancos y de las empresas, cuando se pueden fabricar encuestas, inventar candidatos como a Frankesteins en un laboratorio, meter miedo con la policía (ver "Una divisoria de aguas" en esta misma página)

Una divisoria de aguas

      Hubo un antes y un después. Un antes en el que los políticos no podían salir a la calle porque los escrachabas y un después en que se dieron el lujo de hacer campañas electorales como si no tuvieran la culpa de nada. Un antes lleno de asambleas populares en todas las esquinas que se rebelaban ante absolutamente todo, de movimientos piqueteros que resistían el hambre haciendo panaderías en el barrio, que decidían todo en forma horizontal, y un después de disciplinados votantes metidos a la fuerza en el corralito electoral en el que la política se reduce otra vez a elegir entre guatemala y guatepeor, entre lo pésimo y lo menos pésimo, entre figuritas repetidas.

      Un antes y un después. Y la más nítida divisoria de aguas entre ese antes y este después fue aquella represión en Puente Pueyrredón en la que fueron asesinados Santillán y Kostecki. Si, ya sé, vos dirás que también hubo otros motivos: el desinfle natural de un movimiento que tenía más preguntas que respuestas, que tenía muchas más negaciones que propuestas, que decía que se vayan todos pero que no podía responder para que venga qué cosa, las limitaciones de un proceso que necesitaba tiempo. Y es cierto, pero también es cierto que ese tiempo fue interrumpido oportunamente y a los tiros por Duhalde, que decidió por aquellos días que había llegado el momento de matar para que sirviera de escarmiento a todos los que luchaban, para enviarles un mensaje de muerte a piqueteros y a asambleístas, a escrachadores y a caceroleros, y para tirar por elevación a los que todavía miraban la historia por la tele para que ni se les ocurriera meterse, para que se quedaran en casa.

      Un par de días después, llamaron a elecciones.

y manipular la opinión pública con los medios de comunicación de masas.

     Es cierto que el voto bronca fue lo mismo alto y logró el sexto lugar pero es innegable que en pocos meses lograron meter a millones en el corralito electoral (ver recuadro "los datos") en el que la política se reduce otra vez a elegir entre figuritas repetidas que prometen representarnos en el futuro. Y ya se sabe como resulta siempre ésto.

      Como un mecanismo de relojería, la máquina de engañar funcionó a pleno porque la tarea no era sencilla.
Las últimas elecciones - las del 2001 - habían sido las elecciones de la bronca, el preludio de los acontecimientos de diciembre que pusieron al presidente De la Rua en un helicóptero y al conjunto de los dirigentes políticos que habían hundido al país en un jaque complicado.

      Durante los primeros meses del 2002 las asambleas que se multiplicaban, los grupos de ahorristas damnificados y los grupos piqueteros, varios de ellos conformados con mecanismos de horizontalidad y democracia directa, se convirtieron en un dolor de cabeza para los defensores de las sacrosantas instituciones en las cuales el pueblo no debe deliberar ni gobernar ni por asomo. Lo corte suprema de justicia era puesta en la picota, los senadores y diputados no podían mostrarse en la calle porque eran escrachados, se exigía una asamblea constituyente soberana para que se vayan todos, se cuestionaba al régimen de conjunto. Los defensores de la democracia capitalista - que en realidad es una dólarcracia - comprendieron que tenían que hacer algo, y lo hicieron.

      Lo primero fue el llamado a elecciones. No es casual que la exigencia de un gobierno legitimado por las urnas haya nacido de los funcionarios del fondo monetario. Ellos quieren acordar sus ajustes contra el pueblo con un gobierno que tenga el respaldo de los votos, la suficiente fuerza para bajar salarios y provocar más miseria a la ya miserable situación de los trabajadores argentinos. Para adelantar el llamado a los comicios, tuvieron que transgredir la normativa de la misma constitución que ellos dicen defender, pero ya se sabe que si a ellos les conviene la ley puede violarse sin problemas.

      El segundo engranaje de esta ingeniería de la mentira sirvió para que las elecciones resultaran interesantes. ¿Cómo hacer para que tanta gente con bronca contra los políticos fuera alegremente a las urnas a ungir presidente a uno de ellos? La respuesta era sencilla: había que inventar un contrincante lo suficientemente terrorífico como para que el miedo hiciera su trabajo, para lo cual nada mejor que reciclar al mayoritariamente odiado Carlos Menem.

      La corte suprema hizo lo suyo al disculparlo por la maniobra de la venta de armas por la que estuvo preso seis meses. Pero después hubo que hacer algunos otros malabares para evitar que el mounstro estrella del circo electoral resultara preso y terminara de golpe con toda la estantería de la farsa.

Los datos

      * En el 2001, emitieron votos positivos - para usar su terminología - 13.088.458 personas, mientras que este año resultaron ser 19.356.677. Descontando el crecimiento del padrón electoral, resulta que votaron a alguien unas 5.700.000 personas que no habían votado a nadie dos años atrás.

      * Dos años atrás, el partido justicialista - con la candidatura de Duhalde senador - había obtenido algo más de 1.900.000 votos en la provincia de Buenos Aires. Una cifra cercana obtuvo Kirchner sólo en esta elección, pero se si computa todo el PJ, la cifra de votos excede los 4.300.000.

      * En Santa Fe sucedió algo parecido. En el 2001, votaron al justicialismo algo más de 300.000 santafesinos, mientras que esta vez Menem sólo superó esa cifra, y el conjunto del peronismo superó los 800.000 votos.

      * En la Capital Federal, cuna de los caceroleos y los escraches, el voto bronca durante el 2001 (computando en este número el exceso de ausentismo sobre el 20% normal, el voto en blanco y el nulo) fue ejercido por 907.467 porteños, mientras que en 2003 y con el mismo criterio de cálculo, ese voto bronca fue ejercido 115.612 personas.

      * Después de todos estos datos que verifican la lamentable eficiencia de la maquinaria del engaño, bien vale anotar uno positivo que los medios de comunicación esconden con todo cuidado. El voto bronca fue a pesar de todo muy importante. Contando con el criterio del punto anterior - exceso de ausentismo sobre lo normal, más voto blanco, más voto nulo - tuvo la nada despreciable adhesión 1.006.553 personas, casi un 4 % del total del padrón electoral, cifra con la cual más que duplicó la votación de Moreau y obtuvo el sexto puesto.

Fue así, que maniobras de por medio, se evitó que los exhortos enviados a Suiza fueran respondidos, para que no saltara oficialmente la existencia de la cuenta de seis millones de dólares a nombre de Ramón Hernandez, cuya existencia confirmara la jueza Christine Junod a un medio argentino (revista veintitrés 30/01/2003).

      A la cuenta de este temible artefacto del engaño masivo habría que anotarle el supuesto veranito económico que el gobierno publicitó hasta el cansancio, la puesta en escena de todos los mecanismos antidemocráticos de práctica que garantizan que se conozcan cuatro o cinco candidatos
de la veintena que participaba del comicio, la inflada de última hora a las expectativas de López Murphy - al servicio de dividir lo más posible el voto radical para que no se pusiera en riesgo el calculado ballotage justicialista - el discurso que impusieron sobre la gobernabilidad, para convencer a medio mundo de que este país lo gobierna el peronismo o no lo gobierna nadie y, por último, el inefable voto útil (¿útil para quién?) y el cuentito del voto indeciso que supuestamente al decidirse iba a decidir algo que ya no estuviera decidido de antemano.

      Un párrafo aparte merecen los que - desde la vereda de un supuesto progresismo -
pusieron sus fichas para que la farsa funcionara aceitadamente. Elisa Carrió amagó primero con boicotear para exigir elecciones que renovaran todos los cargos, pero terminó metiendo a sus seguidores en este juego con las cartas marcadas. Lo mismo puede decirse de la Izquierda Unida y del Partido Obrero, que jugaron sus fichas con escasa suerte.

      Los sindicatos se subieron también a la carroza sin ninguna vacilación. UPCN (estatales) encabezado por Maguid - una especie de ministro permanente sin cartera del gobierno provincial - salió a pedir el voto para Menen y sindicatos supuestamente independientes, llamaron a votar con todo entusiasmo, como en el caso de Amsafe La Capital (docentes) que a días de las elecciones distribuyó a la prensa una declaración titulada "Votar es un derecho, un deber, un acto de responsabilidad..." en la que decía textualmente que "la Comisión Directiva de la Asociación del Magisterio de Santa Fe, Delegación La Capital, insta por este medios a los docentes y a toda la ciudadanía a participar activamente en las elecciones prresidenciales del 27 de abril. Votar es sin dudas un derecho, pero es sobre todo un deber que no podemos eludir.". Todo esto antes de despacharse contra Menem, inevitable villano invitado de este capítulo.

      Ahora, se viene la segunda vuelta y la trampa ya está armada. Dirán que se enfrentan dos modelos, pero los contendientes - Menem y Duhalde - fueron la yunta del modelo que sufrimos hoy. Dirán que uno es neoliberal y el otro keynesiano, pero los dos hicieron siempre planes a la medida de los poderosos y comparten el podio de destructores de salarios y de desocupadores en masa. Dirán que uno es más de derecha y que el otro es más democrático, pero la verdad es que a la policía de Duhalde - exactamente igual que a la de Menem en su momento - no le tembló el pulso a la hora de matar desocupados que protestaban y hace días nomás, no dudó en defenderlo al patrón Brukman contra los trabajadores que luchaban por su fuente de trabajo.

      La maquinaria del engaño seguirá funcionando a todo trapo, pero no hay ninguna necesidad de meter el pie en la trampa, porque cada voto que junten les va a servir después para legitimar sus medidas contra el pueblo, cada voto que consigan va a ser un obstáculo en la lucha que más tarde o más temprano habrá que retomar para que de una vez por todas todos se vayan, para cambiar de raíz estas instituciones antidemocráticas por otras en las que el pueblo gobierne en serio y no sea usado como masa de maniobras cada par de años, convocado a elegir entre distintos candidatos a convertirse en su verdugo.

Ir a la portada