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Entre las botas para el agua y la bota militar

Por Miguel Espinaco

     El control militar que han impuesto en la ciudad, la aplicación de la ley de seguridad interior que pintó de verde el paisaje santafesino, no es un dato menor que se pueda esconder debajo del agua.

La ola verde

      Es cierto que muchos vecinos estaban muy preocupados por el problema de los robos en los barrios inundados pero no hay que confundirse porque ¿para qué vinieron las fuerzas armadas a Santa Fe? ¿para cuidarnos a nosotros o para cuidarse de nosotros?

      En todo caso, está claro que el problema de los robos funcionó apenas como excusa para justificar un operativo de mucha mayor envergadura. Es por éso que han avanzado hacia centralizar la totalidad de la asistencia a los evacuados, para tratar de subsumir bajo sus ordenes marciales a la organización de voluntarios que se extendió por toda la ciudad.

      Pero ni siquiera la excusa vale. No hay ninguna garantía de que los que vienen supuestamente a frenar el robo no terminen organizándolo, y sus conocidos métodos no pueden menos que preocupar. Son muchos los que cuentan que en las zonas inundadas primero tiran, y después preguntan.

      Alguien comentó que en un barrio del oeste se ve una heladera baleada. Gritaron, nadie contestó, le dispararon. Cuentan que estas cosas no las hacen nada más que con las heladeras lo cual, en todo caso, sería nadá más que un dato de color en este caos. El problema que a veces los bultos en la noche son gente y también tiran. ¿Será verdad lo que me contaron? ¿que gendarmería dio la voz de alto a un bote, que no escuchó o no obedeció y le dispararon y ni siquiera juntaron el cuerpo del agua?

Aunque pretendan disfrazar la intervención de las fuerzas armadas bajo el remanido paragüas de la "seguridad", se trata apenas de una vergonzante maniobra preventiva para poner a Reutemann y a su séquito a salvo de los justos reproches y de las aún más justas exigencias con las que los amenaza el día después.

     Los debates sobre las responsabilidades ya se han iniciado y a pesar de la verdadera trampa de enredos y mentiras que siembra en cada declaración el gobernador Reutemann, ya no puede ocultarse que el manejo de la crisis por parte del gobierno fue el reino del desorden que - como se observa en el informe realizado por técnicos que se incluye en este número especial - alcanzó características criminales.

     Está claro que no solo no previeron al principio que el Salado iba a traer mucha agua - que era un dato suficientemente conocido - para completar el anillo de defensa con tiempo, sino que después, cuando el agua ya había entrado a la ciudad, decidieron tarde todo.
Decidieron tarde - cuando el agua ya llegaba a la zona céntrica - dinamitar parte de las defensas para desagotar la trampa de agua en que se habían convertido los barrios del oeste y para colmo, no avisaron con tiempo a los vecinos cuyas casas terminaron sumergidas bajo dos metros de agua, para que se organizara una evacuación más o menos ordenada. Dicen, pero a esas palabras se las llevó el viento, que en algún nivel del gobierno se decidió no avisar al Barrio Centenario para no crear caos, y aunque seguramente no sabremos nunca si esta decisión se explicitó con todas las letras en algún momento, los hechos parecieran confirmarlo.

     Ciertamente, nunca organizaron a los empleados públicos para coordinar las tareas de salvamento y para montar los diagramas de evacuación, al tiempo que los cientos de voluntarios que aparecieron de la nada, veían como muchos de sus esfuerzos se malgastaban ante la ausencia de un plan central más o menos razonable. En el marco de una centralización inexistente, cada uno hizo lo que pudo, porque los funcionarios no estaban, no daban señales de vida; la máquina política que tan eficientemente había juntado votos hacía nada más que un par de días, estaba literalmente desaparecida.

     Por suerte, o tal vez porque nos gobernamos mucho mejor sin estos gobiernos, lo que se pudo fue bastante en el marco del caos que los que manejan - el estado municipal y provincial - nos supieron conseguir.

     Estos hechos dejan para el análisis un aspecto por cierto muy interesante: la cuestión sobre el estado y sobre quienes pueden gobernar, porque ¿quiénes salvaron lo que se podía salvar en esta ciudad?

La prevención no es rentable

      Más en general, un poco más lejos de las responsabilidades del gobierno de Reutemann y del gobierno del intendente Álvarez, esto es una demostración más del control caótico que ejerce el capitalismo por sobre las cosas del hombre, cómo distribuye esfuerzos y asigna recursos. La cosa es así: prevenir las inundaciones no es negocio, entonces el mercado no lleva capitales a esa tarea que no da ganancia. De esa forma, a pesar de que hay tantos desocupados en Santa Fe, no hay capitalistas dispuestos a organizar esa fuerza de trabajo para, por ejemplo, mejorar las defensas. No están dispuestos a pagarles salarios para hacer eso que habría sido muy útil para la ciudad pero que ellos consideran inútil, simplemente porque no da ganancia.

      Y el estado, ya se sabe, hace muy poco. Especialmente porque lo que se recauda de impuestos se usa especialmente para pagar deuda externa y para darles subsidios a las mismas empresas capitalistas que son dueñas del estado, a esas empresas que inventan a los políticos, que los maquillan y los venden para que la gente los vote, a esas mismas empresas que después los sobornan.

      Como resultado de eso se produce este caos, que resulta en que al final se terminan gastando más esfuerzos, mas vidas y más plata en arreglar lo que se destruye. Pero eso, claro, no les importa demasiado, porque las reconstrucciones sí saben ser un buen negocio, como quedó demostrado en Irak.

      Es así. A pesar de tantos que andan por ahí que se puede hacer un capitalismo anti neoliberal que - dicen - sería más racional, el capitalismo se empeña en ser apenas ésto, se empeña en ser apenas esta irracionalidad que produce catástrofes.

En todos los frentes de lucha que abrió esta catástrofe, en los barrios que se inundaron, en la cobertura de las necesidades urgentes de los evacuados, en la solución de los problemas de la salud y hasta de la seguridad, se escucharon reclamos por la ausencia de los políticos, por la ausencia del estado. Está claro que los niveles de coordinación de la emergencia no existieron, entonces la pregunta de nuevo ¿quienes salvaron lo que se podía salvar en esta ciudad?.

     La respuesta aparece claramente cuando uno recorre las calles de Santa Fe:
fueron los mismos habitantes de los barrios inundados, la gente de la mitad seca de la ciudad que le puso el hombro al desastre y especialmente los jóvenes que se movilizaron a trabajar en cualquier lugar que requiriera colaboración. No es exagerado decir que si no fuera por el pueblo que gobernó como pudo esta crisis, si no fuera porque ese trabajo contuvo la justa locura de los afectados que tenían en muchos casos ataques de nervios, de descontrol y de bronca perfectamente comprensibles, lo más seguro es que en esta ciudad andaríamos desde el martes a los tiros en todos lados y habría muchos más muertos de los que hay, que ya son demasiados.

     Y el análisis de esta cuestión se vuelve vital porque la pregunta sobre quienes van a gobernar la salida a esta catástrofe a partir de ahora se convierte en la pregunta del millón. Ellos saben que ése es el debate que quedará planteado y por éso es que andan meneando por ahí el famoso artículo 23 y llenando de militares la ciudad. Porque casi todos tienen claro que fue la gran mayoría del pueblo de esta ciudad, que fueron los castigados habitantes de Santa Fe los que se bancaron todo, los que organizaron, los que pusieron el hombro, mientras que los gobernantes y su máquina estatal montada eficientemente para los negocios pero inútil a la hora de la crisis, solo fue capaz de brillar por su inadmisible colección de vacilaciones y de ausencias.

     Ahora, después del caos, después de que cada uno y entre todos tuvimos que arreglarnos como pudimos, después de la falta de coordinación,
de respuesta, de información, después del delirio de acomodar gente en centros de evacuación que no estaban preparados porque nadie los preparaba, ahora llegó el poder. Los políticos intentan desesperadamente centralizar la ayuda para que los vecinos damnificados tengan que ir a morir al pie de los mismos funcionarios responsables de este caos - o de los militares a los que ellos llamaron - para tener algo que comer o con que vestirse, o un colchón en el cual pasar la noche. Ahí andaba el diputado reutemista Pochetino, por ejemplo, a él había que rogarle colchones.

     Ahora llegó el poder y ya vimos los unimogs, los helicópteros con reflectores gigantescos, los grupos antimotines, los toques de queda, las armas largas para disparar o para intimidar. Le tienen miedo al frente de reclamos que pueden llegar a articular evacuados y voluntarios, le tienen miedo a que esa organización avance en reproches y en exigencias.

     Para eso este famoso artículo 23 de la ley de seguridad interior, para eso el ejército y la gendarmería en la calle, para que los mismos que no estuvieron cuando tenían que estar vuelvan a agarrar la manija. No sea cosa que las conclusiones de estos hechos nos terminen convenciendo de que hay que sacarlos a patadas.

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